Caballos, tronos, banda de músicos, túnicas cortesanas, trajes de la comedia italiana del siglo XIX, en definitiva vestuarios de distintas épocas y muchos detalles. Comerciantes, carpinteros, agricultores, administrativas, madres, hijas, amas de casa, funcionarios y hasta el alcalde. El pueblo de Hinojosa a escena. Fiestón teatral. Con una poderosa fuerza escénica visual y sonora. La Vaquera volvió y con ella sus parlamentos amorosos y filosóficos, sus bailes, proyecciones, las canciones, la música en directo… El buen hacer del director hizo que lo nuevo brotara entre la esencia. Afinadísima la dirección de principio a fin.
La puesta en escena de la obra fue tan poética como la propia obra. Todo ello entre la trama que alguien puede decir que no es ni más ni menos que la típica de las comedias amorosas: dos amantes imposibles. O no. Esto se puede considerar un insulto. La opinión de los clásicos y tal y tal. Teatro popular. Más de dos horas de una representación sacada de los 43 versos de un poema da para poco o para mucho. Es una obra de resistencia.
Destacó la exploración que hizo Matías González del Marqués: encantador, enamorado, vital… Un seductor a pesar de encontrarse en el tiempo de las canas. Todavía conserva ese espíritu, el que siempre tuvo. Ahora ya, alejado de la juventud. Se refugió en la nostalgia y en las ganas del que quiere recuperar el tiempo perdido.
Al final, en la obra, no se vislumbra un futuro feliz para ninguno de los personajes. Esto es desolador y dramático. En esto último se manejó bien La Vaquera. Tuvo sus momentos. Nada que desentonó. Los actores enamoraron de manera individual y como conjunto. Y los espectadores volvieron a estar con la obra. Hay quien no se ha perdido ni una obra desde que empezó. Todas tan iguales y tan diferentes a la vez. Hinojosa hizo a La Vaquera y La Vaquera hizo a Hinojosa: para saber quiénes somos.