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Pozoblanco, el equipo que nunca se rinde

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Ni los más optimistas hubieran imaginado una segunda parte del campeonato tan triunfal para el Pozoblanco. Todo un mérito para un equipo que se había acomodado en el vagón de cola después de que el año pasado se pasara en la cola todo el año—salvándose porque no hubo descensos por la pandemia— y este curso lo comenzara estando como farolillo rojo de la competición en el primer tramo de la liga. Hasta que el equipo ha sacado el billete de primera clase. Con Emilio Fajardo, como maquinista, los futbolistas han mostrado lo mejor que tienen dentro. Han resucitado. No hay ningún futbolista que marque la diferencia. El secreto está en el colectivo: espíritu de equipo. Fajardo los ha hecho creer en ellos. Se vistió de ilusionista para hipnotizar a todo el mundo con las virtudes de su equipo, a la vez que escondía con celo todos sus defectos. Él resolvió desconfianzas afinando lo anímico y apuntalando el orden en el campo sin renunciar al disfrute. Puso una percha en el vestuario para que los jugadores colgaran sus miedos.

Es un equipo que nunca se rinde en los partidos. Eso le ha hecho llegar a este apasionante final de liga. Empiezan el partido dispuestos en el campo de tal manera que desesperan al rival. Le corren, le presionan e imponen su ritmo endiablado. Juega a un alto voltaje. A medida que pasan los minutos, los ves que son inmunes al desaliento y al cansancio. Corren, chocan, saltan, ganan los balones divididos… El equipo va, va y va hasta que consigue su objetivo: ganar la partida en el mediocampo.

El partido ante el Córdoba B

Sin duda, el partido que definitivamente cambió el rumbo de este equipo fue el último de la primera fase ante el Córdoba B—el filial es el equipo que mejor fútbol ha practicado este año—. Le tocó el sistema nervioso. Era de esos partidos que merece la pena ver y jugar. Es como cuando uno va a la plaza y ve toros de verdad, sin afeitar y listos para la lidia. Merecía la pena porque a ninguno de los equipos le valía el empate. Nadie tendría que utilizar la calculadora para echar cuentas: locura competitiva. Como diría Valdano esos partidos de quedarse o irse que escapan a cualquier dibujo táctico, que rompen las cadenas del miedo y del orden. Es el fútbol en su estado primitivo.  El Pozoblanco perdía 0-2 y tenía que ganar. Quedaban 17 minutos. Ganó en el último minuto. Al Córdoba B solo le valía también la victoria por lo que mandó a subir al portero en un córner. Todo ello provocó que en la jugada posterior el delantero pozoalbense no tuviera por detrás ni defensa ni portero. Solo tenía que esperar que le cayera el balón, como así pasó. Después de aquello: ¿a qué tenerle miedo ya?, ¿qué milagro sería imposible?, ¿por qué no? Y el sí se puede.

El juego del Pozoblanco y la pared

Es un equipo difícil de jugarle. No tiene a un jugador al que tapar. Es el bloque. En el juego es un equipo gamberro pues se afana en cogerle la espalda a los rivales. ¿Cómo lo hace? Pues con un recurso tan manido como efectivo: la pared. Jugadores que se entienden muy bien, que se acercan al compañero para entregarle el balón y buscar la devolución. Así hace mucho daño pues tiene a jugones; pequeñitos y habilidosos, que parece que están jugando en la puerta de su casa con los amigos del barrio. Y es que León, David España, Cancelo, Mori o Carlos son delanteros transformados en mediocampistas. Tambie Brian—baja para el partido ante el Puente Genil— que como Zara recibe el balón siempre con una marca encima, lo retiene unos segundos hasta que sus compañeros comienzan a asomarse con veloces desmarques. Centrocampistas y laterales que llegan de frente y que mediante paredes y apoyos montan la jugada en un santiamén. La línea de banda es el punto de partida y de retorno a todos sus intentos atacantes. Van buscando el espacio libre para buscar las vueltas al contrario. Y lo encuentran.

Luego presionan bien, todos y muy arriba, y en defensa van todos a una: contundentes. Máxima agresividad y recorridos cortos para un juego presionante y vertical. Todos con mentalidad guerrera. Aquí si me gustaría destacar a Santacruz que es el delantero entre los defensas, sin olvidar que hay un gato en la portería, mucho atrevimiento de los laterales y extremos, Mori, una bala revolucionaria de las segundas partes y un técnico que corrige en la banda. Un equipo con todas sus letras. Contra todo eso jugará el Puente Genil, un equipo que de la mano de Diego Caro, hace un fútbol exquisito. El equipo pontanés jugará contra un equipo que no tiene nada que perder, que va a divertirse y que no se rinde nunca.

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